No la vida, sino una novela

Travesuras de la niña mala
Mario Vargas Llosa

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«Todo vale para conseguir lo que uno quiere. Son tus palabras, niña mala».
Mario Vargas Llosa

 

Podría escribir sobre muchas niñas malas: unas que estrangulan a sus compañeros de jardían por decirles que están embarazadas y luego en mendar su error con una disculpa entre dientes y una chocolatina de las grandes; otras que despedazan sistemáticamente a una persona celosa de su intimidad, exponiendo sus errores y perversiones ante las personas adecuadas; otras que fingen demencia y lanzan objetos por el balcón como último recurso para no ser abandonadas, pero me estaría repitiendo.

Una niña mala —o no tan mala, sino demasiado frágil para soportar no tener el control— seduce a niños buenos —o no tan buenos, sino demasiado débiles para dejar de pensar con sus testículos y permitir que gobiernen su corazón y su libre albedrío—. No solo los seduce, lo hace de manera magistral y permanente al punto de obligarlos a golpearla o escribir una novela (me pregunto si a Vargas Llosa lo sedujo una niña así de mala o tiene una prodigiosa imaginación).

Esta mujer frágil permitió que el hombre débil que narra estas Travesuras participara en su vida solo cuando ella quisiera: Ella atravesó el mundo, cambió de nombres, de víctimas; incluso una vez fue victimaria, pagó con creces su maldad y le gustó.

Me preguntaría si a los niños buenos que enredó en su maldad también les gustó ser pisoteados por su ansia de control, pero la respuesta es muy obvia. Henchidos de emoción, con sus miembros apuntando hacia su parte más malvada, los niños buenos me dan la razón: quisieran repetir… sobre todo ese que se apropia de la primera persona en Travesuras de la niña mala y la persigue o evita porque ella o su ausencia son los únicos componentes de la felicidad de ese traductor bonachón.

Sabía que Travesuras de la niña mala es una novela, no la vida, sino una novela. Sin embargo, inmediatamente después de leerla, hice la llamada que me permitió ser la niña mala en versión muy muy diluida durante cinco extraños meses. Lo hice adrede, pues si mis actos resultaban demasiado ruines para mi conciencia podía argumentar que fue idea de Vargas Llosa y hacer de él el responsable de mi osadía, o mejor, decirle a mi niño bueno: “por lo menos, confiesa que te he dado tema para una novela”.

19 de mayo

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